Eras gran conversadora
y un refranero viviente,
reflexiva, inteligente,
con mimbres de narradora.
Y una gran consumidora
del thriller y el culebrón
con un portentoso don
para resumir la trama
del último melodrama
frente a la televisión.

«En tenguerengue», dijiste
un día hablando de un tema
y, al sonarme raro el lema,
yo te dije: ¡eso no existe!
Menuda lección me diste
cuando hallé en el diccionario
el vocablo estrafalario
y me admiré al comprender
que no es más sabio el saber
por ser universitario.

De haber podido estudiar
y ampliar tu formación,
a saber la erudición
que habrías logrado alcanzar.
Pues te sabías expresar
con tal llaneza y soltura
que, aun con tu escasa cultura
y escribiendo a duras penas,
resultaban siempre amenas
tu plática y tu apostura.

Y cuando yo enaltecía
esa virtud manifiesta,
tú lo tomabas, modesta,
por filial zalamería.
Por eso, madre, en tu Día,
y también en tu memoria,
dejo aquí escrita la historia
de expresión tan singular
que habrías podido legar
al mundo con tu oratoria.

Mayo de 2018